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CUANDO EL CIELO NOS INVADE

Escrito por: Bill Johnson


Dios nos ha dado una nueva identidad: nos ha hecho sus hijos, linaje suyo, herederos de todas sus promesas.


Jesús fue el siervo sufriente que se encaminó a la cruz. Pero ahora Jesús está triunfantemente resucitado, ascendido y glorificado. La Biblia declara: "Como él es, así somos nosotros" 1 Juan 4:17. Esa declaración va mucho más allá de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.


Pero el Espíritu Santo fue enviado específicamente con ese propósito: que podamos llegar a ser "conforme a la plena estatura de Cristo" Efesios 4:13. El Espíritu Santo vino con la misión suprema en el momento justo. Durante el ministerio de Jesús, se dijo que "El Espíritu no había sido dado, porque Jesús no había sido glorificado todavía".


El Espíritu Santo nos consuela, nos da dones, nos recuerda lo que Jesús dijo y nos reviste de poder. Pero todo eso lo hace para hacernos como Jesús. Esa es su misión fundamental. ¿Por qué, entonces, el Padre no lo envió hasta que Jesús fue glorificado? ¡Porque sin Jesús glorificado, no había modelo celestial de aquello en lo que debemos convertirnos! Así como un escultor mira el modelo y da forma a la arcilla a su semejanza, el Espíritu Santo mira al Jesús glorificado y nos moldea a su imagen. Como Él es, así somos nosotros en este mundo.


La vida cristiana no se encuentra en la cruz, sino gracias a la cruz. Es el poder de la resurrección de Cristo el que da energía al creyente. La sangre derramada por el Cordero sin mancha limpió el poder y la presencia del pecado en nuestra vida. Pero la cruz no es el fin; es el principio, la entrada en la vida cristiana. John Lake dijo: "La gran mayoría del mundo cristiano todavía está llorando al pie de la cruz. La conciencia de la humanidad está fija en el Cristo que murió, no en el Cristo que vive. Las personas miran al Redentor que fue, no al Redentor que es".


La sangre de Jesús limpió mi deuda de pecado. Pero su resurrección es la que me permite tener algo. Esto cambia profundamente nuestro sentido de identidad y de propósito. Jesús se hizo pobre para que yo pudiera ser rico. Sufrió las llagas para liberarme de la aflicción, y se hizo pecado para que yo pudiera ser hecho justicia de Dios. ¿Por qué, entonces, debería yo llegar a ser como Él fue, si Él sufrió para que yo llegara a ser como Él es? En algún punto, la realidad de la resurrección debe entrar a jugar en nuestra vida; debemos descubrir el poder de la resurrección para todos los que creen.


Jesús dijo: "Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme". Muchos, malentendiendo su llamado, siguen a Jesús en su vida de autonegación, pero no en su vida de poder. Para ellos, el camino de la cruz implica tratar de crucificar su naturaleza pecaminosa adoptando un quebrantamiento sin gozo como evidencia de la cruz. Pero debemos seguirlo hasta el fin en un estilo de vida dotado de poder por la resurrección.


Quien abraza una cruz inferior constantemente está lleno de introspección y sufrimiento autoinfligido. Pero no podemos aplicarnos la cruz a nosotros mismos; Jesús no se clavó Él mismo a la suya. Los cristianos que se dejan atrapar por esta limitación, constantemente están hablando de sus debilidades. Si el diablo no logra que nos interesemos por el mal, tratará de hacer que nos concentremos en nuestra incapacidad y falta de valor.


En mi propia búsqueda de Dios, con frecuencia yo acababa preocupándome por mí mismo. Pensaba que estar constantemente recordando mis faltas era humildad. ¡Pero no lo es! Si yo soy el tema principal, y no hablo de otra cosa que no sean mis debilidades, he adoptado la más sutil forma de soberbia. El enemigo me había apartado del servicio efectivo al concentrarme solo en mi propia injusticia. Cuando la introspección hace que mi autoestima espiritual aumente, pero mi eficacia para demostrar el poder del evangelio disminuya, eso constituye una perversión de la verdadera santidad.


El verdadero quebrantamiento hace que dependamos por completo de Dios, y nos lleva a una obediencia total que manifiesta el poder del evangelio al mundo que nos rodea. Creo que, en su mayor parte, la gente adopta ese falso camino de la cruz porque no requiere fe. Es fácil ver mis debilidades, mi propensión al pecado y mi incapacidad de ser como Jesús. Confesar esta verdad no requiere fe en lo más mínimo. Por el contrario, para hacer lo que Pablo ordena en Romanos 6:13 “considerarme muerto al pecado” debo creerle a Dios.


Por lo tanto, cuando se encuentre más débil, declare: "¡Soy fuerte!" Concuerde con Dios a pesar de lo que sienta, y descubrirá el poder de la resurrección. Sin fe es imposible agradar a Dios. El primer lugar en que debe ejercitarse la fe, es en nuestra propia situación con Dios.


Cuando Dios le dio a Moisés una noble tarea, él respondió: "¿Quién soy yo?". Dios cambió de tema diciendo: "Yo estaré contigo". Cuando nos concentramos en nuestra falta, el Padre trata de cambiar de tema a algo que nos llevará al origen y el fundamento de la fe: Él mismo. El "noble llamado" siempre revela la nobleza de Aquel que llama.


Jesús pagó el precio más alto para que pudiéramos cambiar nuestra identidad. ¿No es hora de que lo creamos y recibamos los beneficios? Si no lo hacemos, nuestra seguridad se verá disminuida ante el mundo en estos últimos días. La osadía que necesitamos no es autosuficiencia, sino la confianza que el Padre tiene en la obra de su Hijo en nosotros. ¿No lo honramos más sus hijos cuando ya no nos vemos como "pecadores salvados por gracia", sino como "herederos de Dios"?


¿No es una mayor humildad creerle cuando dice que somos preciosos a sus ojos, aunque no nos sintamos preciosos? ¿No lo honra más cuando nos consideramos libres de pecado porque Él dijo que lo somos? En algún momento debemos elevarnos a la altura del llamado de Dios y dejar de decir cosas de nosotros que ya no son ciertas. Si vamos a tomar lo que Dios tiene para nosotros en este avivamiento de los últimos tiempos, tendremos que enfrentar el asunto de ser más que pecadores salvos por gracia. La madurez viene de la fe en la suficiencia de la obra redentora de Dios que nos establece como hijos e hijas del Altísimo.


Zacarías recibió una promesa de Dios que estaba más allá de su comprensión: iba a tener un hijo en su vejez. Era algo difícil de creer, así que le pidió a Dios que se lo confirmara. ¡Aparentemente, el hecho de que un ángel estuviera hablando con él no era señal suficiente! Dios lo mantuvo en silencio durante nueve meses. Cuando Dios silencia las voces de la incredulidad, generalmente es porque sus palabras podrían afectar el resultado de una promesa. Cuando Zacarías vio cumplida la promesa, Dios soltó su lengua.


María también recibió una promesa que superaba toda posibilidad de comprensión. Iba a dar a luz al Hijo de Dios. Lo que no podía comprender era cómo sería posible esto, ya que ella era virgen. Comprender una promesa de Dios nunca fue requisito previo para que esta se cumpliera. La ignorancia pide entendimiento; la incredulidad pide pruebas. María se diferencia de Zacarías en que, aunque no entendía, se rindió ante la promesa.


Su exclamación resuena como una de las expresiones más importantes que la Iglesia puede aprender en este tiempo: "Hágase en mí conforme a tu palabra".


Puede ser que la frase "Como Él es, así somos nosotros en este mundo", supere nuestra capacidad de comprensión. Por eso tenemos la posibilidad de elegir: podemos actuar como Zacarías y perder la voz, o como María, e invitar a Dios a restaurarnos las promesas que no podemos controlar.

Tomado del libro: “Cuando el cielo invade la Tierra” Bill Johnson

© Chalo Jiménez 2008. Derechos Reservados.

Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización del autor.

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