El propósito de Dios al llamar a Abraham era rescatar al hombre de su condición pecaminosa. No debemos considerar la elección de Abraham como un asunto personal. Al elegirlo, Dios tenía el propósito de recobrar al hombre que se hallaba en una condición de pecado. Examinemos detenidamente lo que incluye el llamamiento de Abraham y los resultados del mismo. En este llamado vemos el propósito, el plan y la predestinación de Dios. También vemos la solución a los problemas relacionados con el pecado y el diablo. Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos estas verdades.
Génesis 12:1 dice: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre. Este es un asunto de herencia, pues el versículo 2 dice: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”. La expresión “una nación grande” habla de un pueblo. Leemos en el versículo 3: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Esta última frase se refiere a la meta final que tenía Dios cuando escogió a Abraham. En dicha elección se incluían tres cosas: (1) llevarlo a la tierra que Dios le mostraría, (2) hacer de él una nación grande que llegaría a ser el pueblo de Dios y (3) bendecir a todas las familias de la tierra por medio de él.
“A la tierra que te mostraré”
Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, y fuera a una tierra que El le mostraría. Abraham salió de Ur de los caldeos, una tierra idólatra. Su padre Taré moraba ahí y servía a los ídolos (Jos. 24:2). Por un lado, Dios llamó a Abraham a salir de allí, a fin de librarlo de su tierra, su parentela, y de la casa de su padre y que dejara de adorar ídolos; por otro lado, lo llamó a salir, con el propósito de introducirlo en la tierra que le mostraría, la tierra de Canaán, para que allí sirviera al Dios altísimo, dueño del cielo y de la tierra.
Dios llamó a Abraham para que entrara en Canaán, viviera ahí, lo expresara y ejerciera la autoridad de los cielos. Dios deseaba dar aquella tierra a sus descendientes. Por medio de Abraham y su prole, Dios quería tomar posesión de la tierra, ejercer Su autoridad y expresar Su gloria en la tierra. Esta era la razón primordial por la cual llamó a Abraham.
En Mateo 6 el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (vs. 9-10). La intención de Dios es que Su pueblo traiga Su autoridad y Su voluntad a la tierra. La iglesia hoy debe ser el lugar donde la gloria de Dios se expresa y donde Su autoridad y Su voluntad se llevan a cabo. El lugar donde el pueblo de Dios obedece a Su voluntad y permite que Su autoridad se extienda entre ellos, es el lugar donde la autoridad y la voluntad de Dios se llevan a cabo. Dios desea obtener un grupo de personas en la tierra que sean Su pueblo. Esto significa que El desea que entre los hombres Su autoridad y voluntad se lleven a cabo en la tierra así como en el cielo. Esta era la meta de Dios al llamar a Abraham y también es Su meta al llamarnos a nosotros a ser Su pueblo.
“Haré de ti una nación grande”
Dios llamó a Abraham no sólo para conducirlo a la tierra que El le mostraría, sino también para hacer de él una gran nación. La meta de Dios es obtener un grupo de personas para que sean Su pueblo. Dios llamó a Abraham con el propósito de hacer de él y sus descendiente un pueblo. En otras palabras, la elección de Dios comenzó con Abraham. El llamó a un hombre de entre muchos y de ahí en adelante, se reveló a este hombre y realizó Su salvación por medio de él. La salvación provendría de él. Dios alcanzaría Su meta con el hombre que había escogido y llamado.
Abraham fue elegido, lo cual significa que Dios llamó para Sí a un hombre de entre todos los hombres. Dios quería obtener un grupo de personas para Sí mismo. En el Antiguo Testamento Dios estableció una nación, Israel, debido a que deseaba obtener un pueblo en la tierra, un grupo de personas que estuvieran apartadas para El, para Su gloria, y que le pertenecieran a El.
Aunque Dios toleró a los israelitas pese a sus muchos pecados, no los toleró cuando se entregaron a la idolatría. Adorar ídolos constituye un pecado grave, pues el lugar que le corresponde a Dios nunca puede ser usurpado por los ídolos. El propósito de Dios al escoger un pueblo es que éste llegue a ser Su testimonio en la tierra. ¿Qué es lo que deben testificar? Ellos deben dar testimonio de Dios. Dios se estableció en medio de Su pueblo. En otras palabras, el pueblo de Dios es el vaso que lo contiene. Dondequiera que esté el pueblo de Dios, ahí estará el testimonio de Dios. Rabsaces, un general de Asiria, el enemigo de los hijos de Israel, dijo: “¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim, de Hena, y de Iva? ... ¿Qué dios de todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mi mano, para que Jehová libre de mi mano a Jerusalén?” (2 R. 18:34-35). Esto nos muestra que antes de que los enemigos de los israelitas pudieran vencerlos, tenían que vencer primero a Jehová porque los israelitas eran uno con El. Dios se radicó en medio de Su pueblo. El puso en medio de ellos Su misma persona, Su gloria, Su autoridad y Su poder.
Hechos 15:14 dice: “Dios visitó... a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para Su nombre”. Este es el cuadro descrito en el Nuevo Testamento, donde la iglesia constituye el pueblo de Dios, y en ella se encuentran el testimonio, la obra y la voluntad de Dios.
La meta de Dios es obtener un grupo de personas para Sí, las cuales declararán: “Pertenecemos a Jehová; somos del Señor”. Es por esto que la Biblia da tanto énfasis a la confesión que la persona hace de Cristo. El Señor dijo: “Todo aquel que se confiese en Mí delante de los hombres, también el Hijo del Hombre se confesará en él delante de los ángeles de Dios; mas el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lc. 12:8-9). El Señor quiere obtener personas que confiesen Su nombre. Muchas veces, confesar a Cristo no es necesariamente predicar el evangelio, sino declarar: “¡Pertenezco al Señor! ¡Pertenezco a Dios!” Este es el testimonio de Dios. De este modo Dios obtendrá algo. El desea obtener un grupo de personas que declaren: “Pertenecemos a Dios, y El es nuestro único interés”.
“Serán benditas en ti
todas las familias de la tierra”
Dios también le dijo a Abraham: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3), lo cual muestra que Dios no se olvidó de las naciones. Dios no bendice a las naciones de la tierra directamente, sino por medio de Abraham. Dios escogió a un hombre, y éste llegó a ser un vaso. De este hombre nació una familia, a partir de la cual surgió una nación, y mediante esta nación fueron benditas todas las familias de la tierra. Dios no bendice a las naciones directamente, sino que actúa en un solo hombre primero, y por medio de él bendice a todas las familias de la tierra. Dios depositó toda Su gracia, poder y autoridad en este hombre, y luego por medio de él impartió todo ello a todos los hombres. Este es el principio aplicado en la elección de Abraham, y sigue en vigencia aún hoy. Por consiguiente, lo más importante para Dios es escoger Su vaso. Sin duda alguna, los que son escogidos como vasos deben conocerle. La bendición para las familias de la tierra dependía completamente de Abraham. En otras palabras, el propósito eterno de Dios y Su plan están ligados a los hombres que El escoge. La firmeza o el fracaso de los escogidos de Dios determinan el éxito o el fracaso del propósito de Dios y de Su plan.
Esta es la razón por la cual Abraham tuvo que pasar por tantas experiencias y recibir tanto de parte de Dios antes de poder impartir a otros lo que él había recibido. Con razón Abraham tuvo que pasar por tantas pruebas y confrontar tantos problemas. Sólo de este modo otros podrían recibir ayuda y beneficio. Abraham conocía a Dios; por tanto, él es el padre de los que creen. Aquellos que tienen fe son hijos de Abraham (Gá. 3:7), pues son engendrados por él. Sabemos que todas las obras espirituales se basan en el principio de “engendrar”, no en el principio de “predicar”; los hijos se engendran; no se producen por la predicación. Para que Dios recupere al hombre, éste debe creer. Solamente los que creen serán justificados. ¿Qué hace Dios? Primero conduce al hombre a creer para que sea un creyente, y de éste muchos más son engendrados.
Debemos recordar que es inútil predicar sin engendrar. La predicación sólo comunica doctrinas, las cuales son transmitidas de boca en boca. Después de dar la vuelta al mundo y regresar al que las profirió, seguirán siendo doctrinas y nada más. ¿De qué le sirve a alguien predicar celosamente la doctrina de la salvación, si él mismo no conoce a Dios ni ha sido engendrado por El? Pero si una persona da testimonio de su salvación y de cómo conoció a Dios, aunque no predique, otros podrán palpar algo verdadero. Sólo esta clase de persona engendrará a otros.
El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
©Chalo Jimenez- BUSCANDO A DIOS -2010. Derechos Reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización del autor
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