Escrito por: Watchman Nee
LA OBRA SALVADORA DE DIOS LLEGA A TODOS MEDIANTE LA FE
Según la Biblia solamente existe una condición para la salvación, a saber, la fe. ¿Por qué pone la Biblia tanto énfasis en la fe? En esta ocasión veremos por qué la fe tiene que ser el camino de la salvación. Sin embargo, primero debemos hacer una pregunta: ¿Es la salvación obra del hombre u obra de Dios? ¿Es el plan del hombre o es el plan de Dios? ¿Se origina en el hombre o en Dios?
Los que no conocen a Dios, no conocen la salvación. Solamente aquellos que conocen a Dios conocen la salvación que Dios da. Los que conocen a Dios tienen que admitir que es Dios quien ha iniciado la salvación. Es Dios quien la ha planeado y es Dios quien ha llevado a cabo este plan. Como mencionamos antes, todo es llevado a cabo por Dios. Por nuestra parte no tenemos que hacer nada más que creer. ¿Por qué tenemos que creer? Porque la redención es llevada a cabo por Cristo. Dios quiere hacer que el método de la salvación sea tan simple que todos puedan obtenerla. Por eso El solamente requiere la fe.
En Estados Unidos hubo un predicador famoso a quien llamaban el doctor Jowett. El tenía un colaborador llamado Barry. El señor Barry era pastor de una iglesia; sin embargo, todavía no había sido salvo.
Una noche alguien tocó el timbre de su iglesia. Después de esperar un buen rato, el señor Barry de mala gana se puso su bata y fue a ver quién era. En la puerta estaba una muchacha joven y mal vestida. Cuando él le preguntó sin rodeos qué quería, la muchacha inquirió: “¿Es usted el pastor?” Cuando él contestó que sí era, la muchacha dijo: “Necesito que me ayuden a traer a mi mamá”. El pensó que una muchacha vestida así debía tener un hogar terrible. El pensó que quizás su mamá estaba ebria y necesitaba ayuda para meterla a su casa. El le dijo a la muchacha que llamara a la policía; no obstante, la muchacha insistió en que fuera él. El hizo todo lo posible por disuadirla y le dijo que fuera a ver al pastor de la iglesia que estuviera más cerca de su casa. Sin embargo, la muchacha dijo: “Su iglesia es la más cercana”. Luego él dijo: “Es muy tarde ahora, vuelva mañana”. Pero ella insistió que fuera inmediatamente. El señor Barry lo pensó por un momento. El era pastor de una iglesia que tenía más de mil doscientos miembros. Si alguno de ellos lo miraba caminando con esta joven, vestida de esa manera, a media noche, ¿qué pensarían? Pero la muchacha insistió y dijo que si él no iba, ella no se iría de allí.
Finalmente él cedió y subió a cambiarse. Después, el señor Barry le contó al doctor Jowett que cuando iban a la casa de la muchacha bajó un poco el ala del sombrero para cubrir su cara y se cubrió con su abrigo por temor a que otros lo vieran. El lugar a donde fueron no era una área muy bonita. Cuando se detuvieron ante la casa en donde iban a entrar, vio él que no era un lugar decente. Luego le preguntó a la muchacha: “¿Por qué me hizo venir a este lugar?” La muchacha contestó: “Mi mamá está muy enferma. Está en un peligro terrible. Ella me dijo que quiere entrar al reino de Dios. Por favor ayúdela a entrar”.
El señor Barry no tuvo más remedio que entrar en la casa. La muchacha y su madre vivían en un cuarto muy pequeño y sucio. Su hogar era muy pobre. Cuando la mujer enferma lo vio llegar, ella gritó: “Por favor ayúdeme a entrar. No puedo entrar”. El pensó por un momento y se preguntó qué debía hacer. El era un pastor y un predicador y allí estaba una mujer en agonía. Ella quería entrar en el reino de Dios; ella quería saber cómo entrar. ¿Qué podía hacer él? El no sabía qué hacer. Así que, le habló en la manera en que le hablaba a la congregación. Comenzó a decirle que Jesús era un hombre perfecto, que era nuestro modelo, que se sacrificó, que mostró benevolencia y que Jesús siempre ayudaba a la gente. Le dijo que si el hombre seguía Sus pasos y se sacrificaba, amaba y ayudaba a otros y servía a la sociedad, ellos elevarían su humanidad y la humanidad de otros. El señor Barry estaba hablando con ella con sus ojos cerrados. Cuando terminó ella se enojó y gritó: “¡No, no! Esto no es lo que quiero que diga”. Se le salieron las lágrimas. Ella dijo: “Señor Barry, ésta es mi última noche sobre la tierra. Ahora es el momento de aclarar el asunto de la perdición eterna o la entrada en el reino de Dios. Esta es mi última oportunidad. No trate de engañarme, no bromee. He pecado durante toda mi vida. Y no sólo he pecado, sino que también he enseñado a mi hija a pecar.
Ahora estoy a punto de morir. ¿Qué puedo hacer? No bromee conmigo. Durante toda mi vida lo único que he hecho ha sido pecar. Todo lo que hice fue inmundo. Nunca supe lo que significa ser moral. Nunca supe lo que era ser limpia. Nunca supe lo que era tener una conciencia. ¡Ahora, usted le dice a una pecadora como yo, en la condición en que me encuentro en esta noche, que tome a Jesús como mi modelo! ¡Tendría que laborar mucho antes de que pudiera tomar a Jesús como mi modelo! Usted me dijo que tengo que seguir los pasos de Jesús.
Sin embargo, ¡cuánto tendría que hacer antes de poder seguir Sus pasos! No dé rodeos en esta hora tan crucial para mi eternidad. Simplemente dígame cómo puedo entrar en el reino de Dios. Lo que me ha dicho no me sirve. No puedo hacer ninguna de esas cosas”. El señor Barry se sorprendió. El pensó para sus adentros: “Estas son las cosas que yo aprendí en la escuela de teología. Las estudié para obtener mi doctorado en teología. Las he estado predicando en los últimos diecisiete o dieciocho años. Y estas son las cosas que he leído en la Biblia. Sin embargo, esta noche hay una mujer que quiere entrar en el reino, y no puedo ayudarla”.
Así que, él dijo: “La verdad es que no sé cómo entrar. Sólo sé que Jesús fue un buen hombre, que tenemos que imitarlo, que El fue benevolente y que se sacrificó para ayudar a otros. Todo lo que sé es que si un hombre toma a Jesús como su ejemplo y anda como El anduvo, él será un cristiano”. Llorando la mujer dijo: “¿No puede usted hacer nada por una mujer que ha sido pecaminosa toda su vida, para ayudarla a entrar en el reino de Dios en el último momento? ¿Es eso todo lo que usted puede hacer para ayudar a una mujer moribunda a entrar en el reino de Dios, una mujer que no tendrá un mañana ni una segunda oportunidad?” El señor Barry quedó desconcertado y no tuvo más que decir. El pensó: “Soy un siervo de Cristo. Soy doctor en teología. Soy un pastor de una iglesia de mil doscientas personas. Sin embargo, aquí está una mujer en su lecho de muerte y no puedo hacer nada para ayudarla. Ella hasta piensa que no la estoy tomando en serio”.
Sin embargo, luego el señor Barry recordó algo que había oído de su madre cuando se sentaba en su regazo a los siete años de edad. Ella le dijo que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, que El fue crucificado y que El derramó Su sangre para limpiar nuestros pecados. Jesús de Nazaret murió por nuestros pecados en la cruz y ha llegado a ser el sacrificio propiciatorio. Entonces, él recordó estas palabras. Durante toda su vida él no había tomado en cuenta estas palabras, pero ese día las recordó.
Luego, se levantó y dijo: “Sí, tengo algo que decirle. Usted no tiene que hacer nada ya que Dios ha hecho todo en Su Hijo. El ha tratado con nuestros pecados en Su Hijo. El Hijo de Dios ha quitado todos nuestros pecados. El que exige el pago, es el mismo que lo paga. El que fue ofendido, llegó a ser el que sufrió por la ofensa. El Juez ha llegado a ser el juzgado”. Al decir esto, el rostro de la mujer mostró señales de gozo. El le dijo todo lo que su madre le había dicho. Luego, repentinamente el rostro de la mujer cambió de gozo a llanto y gritó: “¿Por qué no me dijo usted esto antes? ¿Qué debo hacer ahora?” Luego él le dijo que ella solamente necesitaba creer y recibir. En ese momento la mujer murió. Más tarde el señor Barry le dijo al doctor Jowett que en esa noche la mujer entró en el reino y él también.
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