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¿YO, UN SIERVO?

Escrito por: Charles R. Swindoll

 

¿Quién, yo un siervo? ¡Usted tiene que estar bromeando!

 

La idea de llegar a ser un siervo me parecía errónea o fatal. Ahora comprendo que la rechazaba a causa de que el concepto que yo tenía de siervo era algo que estaba entre un esclavo africa­no llamado Kunta Kinte, de la película Raíces, y los millares de obreros migratorios que, en el tiempo de la cosecha, llegan a tra­bajar en las tierras de cultivo de los Estados Unidos de América. Las dos clases representaban la ignorancia, eran objeto de mal­trato, tenían una vulgar ausencia de dignidad humana, y eran el epítome de muchas de las cosas a las cuales se opone el cristianis­mo.

 

Esta imagen mental me desalentaba por completo. En mi ca­beza había una caricatura de una criatura que virtualmente no tenía voluntad ni propósito en la vida… encorvada, abrumada de espíritu, sin estima de sí misma, sucia, arrugada y cansada. Usted me entiende, cierta clase de muía humana que, con un suspiro, se arrastra y camina pesadamente por los largos callejo­nes de la vida. Por favor, no me pregunte por qué; pero ésa era la idea que me venía cada vez que oía la palabra siervo. Cándidamente, la idea me disgustaba.

 

Y la confusión aumentaba mi disgusto cuando yo oía que las personas, especialmente los predicadores vinculaban los térmi­nos siervo v líder. Me parecían tan opuestos como la luz y las tinieblas, un clásico ejemplo de la proverbial clavija cilíndrica en un agujero cuadrado. Claramente recuerdo que pensé en ese tiempo: "¿Quién, yo un siervo? ¡Usted tiene que estar bromean­do!"

 

Tal vez ésa sea también la reacción inicial de usted. Si así es, lo entiendo. Pero usted va a recibir una agradable sorpresa. Tengo grandes noticias basadas en alguna información muy útil que, si se aplica, cambiará su mente y luego, su vida. Me emocio­no al pensar que Dios va a usar las palabras de este libro para presentarle (como lo hizo conmigo) la verdad relacionada con el auténtico servicio. ¡Cuan desesperadamente necesitamos mejo­rar nuestro servicio!

 

Hace varios años leí acerca de un experimento fascinante diri­gido por el Instituto Nacional de Salud Mental. Ocurrió en una jaula de tres metros cuadrados diseñada para albergar cómoda­mente 160 ratones. Durante dos años y medio, la colonia ratonil creció de 8 a 2.200. Se les proveyó continuamente alimento, agua y otros recursos. Se eliminaron todos los factores que provocan mortalidad (excepto la edad). El doctor John Calhoun, un sicólo­go investigador, comenzó a observar una serie de fenómenos raros entre los ratones, a medida que la población llegaba a su punto culminante. Dentro de la jaula, de la cual no podían escapar los ratones, la colonia comenzó a desintegrarse.

 

Los adultos formaron grupos o pandillas de alrededor de una docena en cada grupo. En estos grupos, cada ratón realizaba funciones sociales particulares y diferenciadas. Los machos que normalmente protegían su territorio se re­tiraron del liderato y se volvieron pasivos de una manera inusitada. Las hembras por lo general se volvieron agresivas y desalojaban a las jóvenes. Los jóvenes no hallaron lugar en la sociedad, y mientras iban creciendo fue aumentando más su desenfreno. Comían, be­bían, dormían y se acicalaban; pero no mostraban la normal agresividad. Toda la sociedad ratonil finalmente se desorganizó… y después de cinco años, todos los ratones habían muerto, a pesar de que había abundancia de alimento, agua, recursos; y no había enfermedades.

 

Lo que les interesó más a los observadores fue la fuerte independencia, el exagerado síndrome de aislamiento de los ratones. Esto se destacó grandemente por el hecho de que el galanteo y el apareamiento, las actividades más complejas de los ratones, fueron las primeras actividades que cesaron.

 

Si la humanidad se sometiera a iguales condiciones, ¿qué resultado habría? ¿Cuáles serían los resultados de vivir en condiciones superpobladas en un planeta del cual no se puede escapar, con los factores acompañantes de la tensión? El doctor Calhoun sugirió que, ante todo, dejaríamos de reproducir nuestras ideas, y con ello perderíamos nuestras metas, nuestros ideales y nuestros valores.

 

Eso está ocurriendo.

 

Nuestro mundo se ha convertido en una institución grande, impersonal y ocupada. Estamos alejados los unos de los otros. Aunque estamos apiñados, nos sentimos solos. Estamos distanciados. Empujados, hemos llegado a estar juntos, pero no comprometidos. La mayoría de los vecinos ya no hablan a través de la cerca del patio de atrás. El bien cortado césped del frente es el foso moderno que mantiene a los bárbaros a raya. El acumulamiento de riquezas y la ostentación han reemplazado a la participación y a la preocupación por los demás. Es como si estuviéramos ocupando un espacio común, pero no tuviéramos intereses comunes; como si estuviéramos en un ascensor en el cual hubiera las siguientes normas: "No hable. No se ría. No se permite el contacto visual sin el consentimiento escrito de la administración".

 

Aunque sea doloroso admitirlo públicamente, en esta gran tierra americana, estamos perdiendo el contacto los unos con los otros. La motivación para ayudar, para animar, sí, para servir a nuestros semejantes está languideciendo. Las personas observaron que un crimen se cometía, pero se negaron a ayudar, para no complicarse. En estos días confusos estamos perdiendo hasta nuestros valores fundamentales. Y sin embargo, éstos son los elementos esenciales de una vida feliz y satisfactoria.

 

¿Recuerda usted aquella gran declaración de seguridad bíblica en la verdad fundamental de Romanos 8? Me refiero a los versículos 28 y 29, donde leemos:

 

“Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”

Tomado del libro: “DESAFÍO A SERVIR”” Charles R. Swindoll

© Chalo Jiménez 2008. Derechos Reservados.

Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización del autor.

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