Tal vez usted nunca se haya detenido a considerar que Dios está dedicado a un objetivo principal en las vidas de todo su pueblo: "Conformarnos a la imagen de su Hijo". Necesitamos recurrir a esa meta eterna, ahora cuando nuestra jaula está superpoblada y nuestras vidas se están distanciando cada vez más unas de otras.
Exactamente, ¿qué es lo que nuestro Padre celestial quiere desarrollar dentro de nosotros? ¿Qué es "la imagen de su Hijo"? Bueno, en vez de sumergirse hasta el cuello en las profundas y engañosas aguas teológicas, creo que la simple respuesta se halla en las propias palabras de Cristo. Veamos lo que él declara en cuanto a la razón fundamental de su venida: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” Marcos 10:45.
Aquí no hay equívoco. Esta es simplemente una declaración sin ambages. El vino a servir y a dar. Tiene sentido, entonces, decir que Dios desea lo mismo de nosotros. Luego de atraernos a su familia por medio de la fe en su Hijo, Dios tiene la mirada puesta en desarrollar en nosotros la misma cualidad que distinguió a Jesús de todos los demás en su día. El está empeñado en desarrollar en su pueblo las mismas cualidades de servicio y dádiva que caracterizaron a su Hijo.
No hay nada más alentador que el corazón de un siervo y un espíritu dador, especialmente cuando vemos estas características demostradas en una persona a quien muchos calificarían como una celebridad. Hace un par de años, mi esposa y yo, asistimos a la convención de los Radiodifusores Religiosos Nacionales en Washington, D. C., donde uno de los principales conferencistas era el coronel James B. Irwin, ex astronauta que fue parte integrante de la tripulación que tuvo el éxito de caminar en la luna. El habló acerca de la emoción de haber salido de este planeta y verlo cómo se reducía en tamaño. El mencionó que había observado la salida de la tierra en día...y pensó que era un gran privilegio ser miembro de esa tripulación única. Luego, cuando venía de regreso a casa, comenzó a comprender que muchos lo considerarían a él como un "superestrella", ciertamente una celebridad internacional.
Sintiendo profunda humildad ante la imponente bondad de Dios, el coronel Irwin compartió con nosotros sus verdaderos sentimientos. Algo como lo que sigue: “Mientras regresaba a la tierra, comprendí que yo era un siervo, no una celebridad. Así que estoy aquí como siervo de Dios en el planeta tierra, para compartir con ustedes lo que he experimentado, a fin de que otros conozcan la gloria de Dios”
Dios le concedió a este hombre salirse de la pequeña jaula que llamamos "tierra", y durante ese tiempo le mostró un lema básico que todos haríamos bien en aprender: un siervo, no una celebridad. Atrapados en el vertiginoso tráfago de la rutina del siglo XX, mientras corremos alocados a través de los aeropuertos, a fin de cumplir con nuestros compromisos, y adoptar decisiones de gran trascendencia, y hacer frente a la tensión que nos producen las demandas de la gente, mezcladas con nuestras propias expectativas elevadas, es fácil perder de vista nuestro principal llamamiento como cristianos, ¿no es verdad? Aun la ocupada madre de niños pequeños lucha con esto. Los montones de ropa para planchar y las interminables necesidades de su marido y de sus hijos no le permiten tener una visión del conjunto.
Si usted es como yo, algunas veces piensa: "Yo daría cualquier cosa para poder volver al tiempo cuando Jesús proyectó su sombra sobre la tierra. ¡Qué grande tuvo que haber sido sentarse como uno de los doce apóstoles y absorber todas las verdades que él enseñó. Lo que quiero decir es que ellos realmente tuvieron que haber aprendido a servir y a dar de sí mismos". ¿Correcto? ¡Incorrecto!
Permítame hacer un viaje de regreso con usted para estar presentes en una de las muchas escenas que realmente demostraron cuan típicos fueron aquellos hombres. Me refiero a una ocasión en que la popularidad de nuestro Señor estaba creciendo... el conocimiento de su reino se estaba esparciendo... y los discípulos comenzaron a afanarse, pues querían que se los reconociera como miembros de este grupo privilegiado.
Lo que hace que este relato sea un poco más interesante es la presencia de la madre de dos de los discípulos. Ella es la señora de Zebedeo, esposa de un pescador Galileo, y madre de Jacobo y Juan. Consideremos la petición de ella: “Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor. — ¿Qué quieres? —le preguntó Jesús. —Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.” Mateo 20:20, 21.
Ahora bien, no sea usted tan duro con esta querida madre judía. ¡Ella estaba orgullosa de sus hijos! Había pensado en esa petición durante un buen tiempo. Su motivo probablemente era puro, y su idea estaba en la perspectiva adecuada. Ella no pidió que sus hijos ocuparan el trono central. Claro que no. Ese le pertenecía a Jesús. Pero, como cualquier buena madre que anda a la caza de "oportunidades en la vida" que le sirvan para una agradable promoción, ella empujó a Jacobo y Juan como candidatos a ocupar el segundo y el tercer trono. Ella quería fortalecer la imagen de ellos ante el público. Quería que la gente tuviera un alto concepto de sus muchachos que habían dejado sus redes para entrar en este ministerio prometedor. Ellos estaban entre los 12 apóstoles. ¡Y eso necesitaba reconocimiento!
En caso de que usted se pregunte qué sintieron los otros diez apóstoles acerca de esto, eche una mirada al versículo 24. Dice que "los diez... se enojaron". Adivine usted por qué. ¡Claro! Ellos no iban a entregar esas posiciones cimeras sin luchar. Ellos se sentían completamente maltratados por el hecho de que tal vez Jacobo y Juan lograrían la gloria que ellos querían. ¿Le parece familiar esto?
Con punzante convicción Jesús responde a la madre con las siguientes palabras penetrantes: " —No saben lo que están pidiendo…" versículo 22. Eso tuvo que haberla punzado. Ella pensaba que realmente sabía lo que pedía. Estaba enamorada de su mundo de soldados que portaban medallas, emperadores que lucían joyas en sus coronas, gobernadores cuyos esclavos los atendían en cada necesidad, y aun mercaderes que contaban con sus empleados... a ella simplemente le pareció adecuado que esos dos hijos de ella tuvieran tronos, especialmente por cuanto eran socios fundadores del movimiento de Dios, que pronto sería un "reino". ¡Los gobernantes necesitan tronos!
No. Este movimiento es diferente. Jesús llama a sus discípulos aparte y les expresa el agudo contraste que hay entre la filosofía de él y el sistema del mundo en el cual ellos vivían. Lea sus palabras lentamente y con cuidado: “Jesús los llamó y les dijo: —Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” Mateo 20:25-28.
Tomado del libro: “DESAFÍO A SERVIR”” Charles R. Swindoll
©Chalo Jiménez 2008. Derechos Reservados.
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