Escrito por: Watchman Nee
CINCO
Con respecto a la subjetividad, debemos observar otro asunto: nuestra subjetividad tiene que ser disciplinada por Dios a fin de que seamos las personas adecuadas para disciplinar a otros. Dios nos guiará a tratar asuntos disciplinarios con otras personas sólo cuando Él ya haya hecho lo mismo con nosotros. Él no confía en una persona subjetiva, ya que ella no puede hacer la voluntad de Dios y no tiene la manera de llevar a otros a hacer Su voluntad. Si una persona subjetiva es puesta en la obra para instruir a otros en el camino de Dios, su propia voluntad se manifestará diez veces más fuerte que la del Señor.
Las personas subjetivas quieren que todos las escuchen a ellas. Una persona no puede ser usada por el Señor a menos que sea llevada a tal punto que haya perdido todo interés por ganar seguidores. Debemos permitir que seamos quebrantados y destrozados al grado que ya no busquemos que otros nos obedezcan. No debemos interferir con la libertad, la vida personal ni el criterio de otros. No tenemos interés en involucrarnos en la vida o los asuntos de otras personas. Como siervos del Señor, tenemos que ser disciplinados por el Señor hasta este grado.
Sólo entonces podremos ser usados para hablar por Él como Su autoridad delegada. De otra manera, existirá el riesgo de que usurpemos la autoridad de Dios buscando llevar a cabo nuestra propia voluntad, por medio de la cual nos convertiremos en gobernantes, maestros o padres sobre los hijos de Dios. El Señor dijo: “Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos... mas entre vosotros no será así” (Mt. 20:25-26).
Si alguien nunca ha sido quebrantado por el Señor, y si valora secretamente sus propias ideas, demandas y preferencias, Dios no podrá usarlo porque no es digno de Su confianza. Si Dios le confiara Su rebaño a tal persona, ésta guiaría el rebaño a su propia casa. Muchas personas no son dignas de la confianza de Dios, por tanto Él no puede confiarle a nadie en sus manos. Si una persona sólo busca sus propios intereses, no es capaz de llevar a otros al camino de Dios. Nuestro hermano Pablo era muy flexible. Él era soltero y sabía que era mejor permanecer soltero que casarse. Sin embargo, nunca criticó el matrimonio.
Hermanos y hermanas, vean cuán ejercitado estaba nuestro hermano Pablo delante del Señor. Si una persona es subjetiva y su subjetividad nunca ha sido quebrantada, ciertamente insistiría en que todos se quedasen vírgenes y permaneciesen sin casarse. De seguro que condenaría a todo matrimonio. Alguien que es subjetivo ciertamente actuaría de esta manera, pero aquí había un hombre diferente. Él estaba firme en lo que hacía; conocía el valor de lo que estaba haciendo y defendía su posición, pero al mismo tiempo les daba a otros la libertad de hacer su propia elección. Deseaba que otros evitaran todo sufrimiento de la carne producido por el matrimonio; sin embargo, estaba de acuerdo con que otros se casaran. En él vemos a un hombre firme en el Señor, pero al mismo tiempo era comprensivo y tierno. Al discutir el asunto del matrimonio, aunque él era un hombre soltero, Pablo pudo declarar que la enseñanza de la abstinencia era una enseñanza de demonios.
Hermanos y hermanas, tenemos que aprender a asumir tal posición. Nunca debemos darle demasiado énfasis a una verdad tan sólo porque nos sentimos identificados con ella, pero tampoco debemos callar la verdad aunque tengamos un sentir diferente. Una vez dejemos de empeñarnos en tratar de influenciar la verdad de Dios según nuestros sentimientos, estaremos calificados para servir y guiar a otros de acuerdo con la dirección del Señor. Un requisito básico para participar en la obra es ser quebrantados y permitir que nuestra subjetividad sea reducida. Si nuestra subjetividad aún nos domina, causaremos que la obra de Dios se desvíe tan pronto como ésta sea puesta en nuestras manos.
Esto sería algo terrible. Es algo terrible que una persona actúe de forme precipitada y que hable descuidadamente. Debemos aprender a no interferir en los asuntos de otros. Jamás deberíamos dar órdenes en cuanto a la vida o los asuntos de otros, basados en nuestra subjetividad.
Dios no interfiere en el libre albedrío del hombre. El árbol de la ciencia del bien y del mal fue puesto en el huerto del Edén, y Dios le advirtió al hombre que no comiera de él, pero no lo mantuvo alejado del árbol con una espada de fuego. Si la espada encendida del capítulo 3 se hubiera usado en el capítulo 2 para custodiar el árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre nunca hubiera pecado. Le habría sido fácil a Dios hacer esto, pero no lo hizo. Más bien, Él dijo: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Si el hombre insiste en comer de él, es cosa suya.
Tenemos que aprender a no controlar a otros imponiéndoles nuestros conceptos. Cuando no quieran escuchar nuestras palabras, no debemos forzarlos a escucharnos, debemos dejarlos en paz. Si tenemos una carga delante del Señor, debemos compartirla con los hermanos y hermanas. Si aceptan nuestra palabra, qué bien; pero si no lo hacen, debemos estar conformes y seguir nuestro camino. Nunca debemos imponerle nuestros pensamientos a nadie. Dios nunca ha hecho esto, y tampoco debemos hacerlo nosotros. Si alguien escoge rebelarse contra Dios, Él le permite tomar su propio camino.
Si otros no quieren tomar nuestro camino, ¿por qué debemos insistir? Tenemos que aprender a no insistir. Tenemos que permitirles que rechacen nuestro consejo. Si hemos aprendido las lecciones apropiadas delante del Señor, con gusto permitiremos que otros tomen su propio camino. No debemos obligar a nadie a que nos escuche, a que sigan nuestro camino ni a que reciban nuestra ayuda. Podremos estar seguros de nuestra función, pero no debemos obligar a otros a que reconozcan dicha función. Dios nunca obliga a nadie, y nosotros tampoco debemos hacerlo. No debemos actuar de manera subjetiva en la obra de Dios.
Ninguno de nosotros debe insistir en que otros nos escuchen. Aprendamos a estar atentos delante de Él. Mientras más otros nos escuchen, mayor será nuestra responsabilidad delante del Señor. ¡Qué gran responsabilidad llevamos si les damos una palabra equivocada a otros! No se regocijen porque otros acepten su palabra. Deben recordar la tremenda responsabilidad que está sobre nuestros hombros. Es algo tremendo que otros nos escuchen. Si otros nos escuchan cuando nuestro camino es torcido y no estamos claros acerca de la voluntad de Dios, de cierto seremos ciegos guiando a ciegos.
No sólo caerá en el hoyo el ciego que nos siga, sino que ambos ciegos, nosotros y nuestros seguidores caeremos en el mismo hoyo (Lucas 6:39). No piensen que sólo los seguidores caen y que tal vez los líderes se pueden escapar de la caída. Cuando un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo. No debemos pensar que es algo simple hablar, enseñar y dar consejos a otros, o que es algo simple decir: “Debe hacer esto” o “Debe hacer aquello”. Si nos convertimos en maestros de muchos, instruyéndoles que hagan esto o aquello, corremos el riesgo de que tanto ellos como nosotros terminemos en el hoyo.
Tomado del libro "El carácter del obrero de Dios" Watchman Nee
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