2.
Perdón continúo.
Es el proceso del perdón, o sea, hay algo
dentro de mí que me hizo la otra persona que yo tengo que sanar. Ya decreté que
lo perdono pero ahora tengo que sanar todo lo que me hizo, eso es cuando viene
el recuerdo de lo que me hizo, cuando vuelvo a ver a esa persona, cuando vuelvo
a recordar lo que perdí por culpa de esa persona, cuando vuelvo a recordar cómo
hubiese sido mi vida, si esa persona no me hubiese humillado o lastimado de esa
manera, si no me hubiese hecho eso; entonces ahí aparece el proceso del perdón.
Pedro
le dice a Jesús, cuántas veces hay que perdonar, ¿siete?, Jesús lo mira y le
dice -setenta veces siete-; como diciendo te quedaste corto Pedro. ¿Qué es
setenta veces siete? Es el perdón
continuado.
Todos
los días podemos ofendernos por algo, y todos los días tenemos el poder de
perdonar a esa persona, nos haya hecho lo que nos haya hecho, podemos soltar el perdón
continuado. Te viene el recuerdo, lo vuelvo a perdonar; lo veo
y me da bronca, vuelvo a perdonar; me llama por teléfono y me dice algo que me
vuelve a herir, lo vuelvo a perdonar, lo vuelvo a perdonar, lo vuelvo a
perdonar, ¿hasta cuándo? hasta que el perdón se haga un hábito en mi vida.
Tengo
que seguir aplicando el perdón hasta que ya me salga naturalmente; no es que ya
me pasa por encima y digo: bueno, no me importa, porque si no me importa no
tengo que perdonar; me importa, me duele, me lastimó, pero yo vuelvo a usar el
perdón, si tiene que ser setenta veces siete, lo voy a hacer, porque algo va a
ocurrir en mi vida, porque el perdón es un acto de voluntad.
Perdonás, no sentís nada, la bronca la
seguís teniendo, pero volvés a perdonar, seguís teniendo bronca, seguís
teniendo angustia, seguís actuando amargamente, pero volvés a perdonar y volvés
a perdonar, hasta que se te hace un hábito. Vos perdonas y algo tuyo se suelta
dentro que comienza a sanar todo ese dolor; que no lo podrías sanar si no
perdonaras.
3. Perdonar, como Punto Final.
Hay
un momento que has perdonado tanto, se te ha hecho un hábito, donde las
emociones con respecto a ese hecho van a terminar, ya no vas a llorar más, no
vas a tener más bronca, no vas a sentir nada; vas a recordar el hecho pero no
vas a sentir las emociones que sentías hasta ese momento. Ese es el
perdón en su punto final, cuando arrancaste la raíz de
amargura de dentro tuyo, cuando ya no hay raíz.
El punto final, es cuando
decís: caducaron mis emociones con respecto a este hecho, ya quedó en el
olvido, ya quedó en el pasado, es cuando te empezás a hacer preguntas, no que
tiene que ver con el otro, sino que tienen que ver con vos. A ver, ¿qué
expectativas que yo tenía, esa persona no cumplió?
Entonces es cuando te empezás a hacer preguntas que tienen que
ver con tu propia vida, a ver, ¿Por qué me sigo contando ésta historia de
rencor? ¿Qué es lo que me trae cada vez que la recuerdo? Es como que haces un
clic ¿Por qué sigo envuelta en ésta amargura? ¿Por qué sigo pensando tanto en
el otro, o en la otra? ¿Por qué vuelvo a traer a mi mente y a mi vida, esa
persona que me dañó? ¿Qué es lo que me aporta, que la tengo que tener presente
y que no puedo soltarla? Cuando te empezás a hacer éstas preguntas, empezás a
sanarte y te las empezás a hacer porque en realidad esas preguntas, son una
señal de que tenés ganas de vivir.
Hasta ahora que estabas con la raíz de amargura, lo que menos
tenías ganas era de vivir; lo que tenías ganas, era de arruinarle la vida al
otro, al que te había dañado, de no ver la hora de verlo destruido, de verla
pisoteada, que le vaya mal en la vida y entonces te encerraste en ese dolor y
no viviste. Pero cuando llegás al punto final, es cuando
te hacés esas preguntas que tienen más que ver con vos y lo que querés lograr,
que con la otra persona. Cuando llegaste ahí, es porque te vinieron ganas de
vivir.
Tomado de http://devocionaldiario.org
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