Escrito por: John Bevere
EL VERDADERO ESTADO DEL CORAZÓN
Una forma en que el enemigo mantiene a la persona atada a su estado es guardando la ofensa escondida, cubierta por el manto del orgullo. El orgullo impide que uno admita cuál es la verdadera situación.
Cierta vez, dos ministros hicieron algo que me hirió mucho. La gente me decía: "No puedo creer que te hayan hecho esto. ¿No te lastima lo que hicieron?" Y yo respondía rápidamente: "No, estoy bien. No me causa dolor". Yo sabía que no era correcto sentirme ofendido, por lo cual negaba mi estado y lo reprimía. Me convencía a mí mismo de que no estaba ofendido, pero en realidad sí lo estaba. El orgullo cubría lo que verdaderamente sentía en mi corazón.
El orgullo impide que enfrentemos la verdad. Distorsiona nuestra visión. Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (ver 2 Timoteo 2:24-26).
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. Aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferramos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!
En el libro del Apocalipsis, Jesús se dirige a la iglesia de Laodicea diciéndole, en primer lugar, que ella misma se considera rica, poderosa, como si no necesitara nada; pero luego deja al descubierto cuál es su verdadera situación: un pueblo "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" Apocalipsis 3:14-20. Habían confundido su riqueza material con fortaleza espiritual. El orgullo les ocultaba su verdadero estado.
Hoy en día hay muchas personas así. No ven cuál es el verdadero estado de su corazón, de la misma manera que yo no podía ver el resentimiento que sentía hacia esos ministros. Me había convencido a mí mismo de que no estaba herido. Jesús dijo a los de Laodicea cómo salir de ese engaño: comprar oro de Dios y ver cuál era su verdadera situación.
Comprar oro de Dios
La primera instrucción que les dio Jesús para ser libres del engaño fue: "Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego" Apocalipsis 3:18.
El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.), se vuelve duro, menos maleable, y más corrosivo. Esta mezcla se llama "aleación". Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro.
Inmediatamente vemos el paralelo: un corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Hebreos 3:13 dice que los corazones son endurecidos por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta producirá más fruto de pecado, como amargura, ira y resentimiento. Estas sustancias agregadas endurecen nuestros corazones de la misma manera que una aleación endurece el oro. Ello reduce o quita por completo la ternura, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios se ve obstruida. Nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño.
El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se la derrite con un fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas, o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinado con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro.
Ahora observemos lo que dice Dios: “¡Mira! Te he refinado pero no como a la plata; te he probado en el horno de la aflicción.” Isaías 48:10
Dios nos refina con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas tales como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia, y otras similares, del carácter de Dios en nuestras vidas.
El pecado se esconde fácilmente cuando no está al calor de las pruebas y las aflicciones. En tiempos de prosperidad y éxito, aun un hombre malvado parece amable y generoso. Pero bajo el fuego de las pruebas, las impurezas salen a la superficie.
Hubo un tiempo en mi vida en que pasé por pruebas intensas, como nunca antes había enfrentado. Me volví rudo y cortante con las personas que más cerca de mí estaban. Mi familla y mis amigos comenzaron a evitarme.
Entonces clamé a Dios: "¿De dónde sale toda esta ira? ¡No estaba aquí antes!". El Señor me respondió: "Hijo, es cuando el oro se derrite que brotan las impurezas". Entonces me formuló una pregunta que cambió mi vida. "¿Puedes verlas impurezas en el oro antes de que sea puesto al fuego?" "No", respondí. "Pero eso no significa que no estén allí", dijo él. "Cuando te tocó el fuego de las pruebas, estas impurezas salieron a la superficie. Aunque estaban ocultas para ti, siempre fueron visibles para mí. Ahora tienes que tomar una decisión que afectará tu futuro. Puedes continuar enfadado, culpando a tu esposa, tus amigos, tu pastor y todas las personas con las que trabajas, o puedes reconocer la escoria de este pecado como lo que es y arrepentirte, recibir el perdón y tomar mi cucharón para quitar todas esas impurezas de tu vida".
Ver cuál es nuestro verdadero estado
Jesús dijo que nuestra capacidad para ver correctamente es otro elemento clave para ser liberados del engaño. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen. Algunas veces hasta nos resentimos con quienes nos recuerdan a otras personas que nos han herido. Por esta razón, Jesús aconsejó a la iglesia: "y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista" Apocalipsis 3:18. ¿Ver qué? ¡Ver cuál es nuestro verdadero estado! Esa es la única forma en que podemos ser celosos y arrepentimos, como Jesús ordena a continuación. Nos arrepentimos sólo cuando dejamos de culpar a los demás.
Cuando culpamos a los demás y defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo. La revelación de la verdad es la que nos trae libertad. Cuando el Espíritu de Dios nos muestra nuestro pecado, siempre lo hace en una forma que parece separada de nosotros. De esta manera nos trae convicción, no condenación.
Tomado del libro “
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